Visto desde fuera da esa impresión. Quizá es culpa mía, que no he sabido explicarlo mejor. Quizá sucede con personas con las que no he tratado demasiado. Pero desde fuera, como te contaba, solo se ve cómo las personas se incomodan porque les pido concreción en sus emails; ven que uso mil listas, que todo tiene que ir apuntando, que no hago nada que no esté en mis listas, que cada cosa que me dicen la apunto en algún sitio, que tengo definido días antes dónde voy a estar cuando haga tal o cuál cosa. Les explico que semanalmente reviso todo lo que tengo apuntado, que tengo carpetas en casa para los documentos como los tendría en la oficina. Y la pregunta que surge es: «¿y no te parece que estás demasiado encorsetado? ¿Qué pasa si un día te invitan a ir al cine, cómo puedes ser espontáneo?»
La primera vez me sorprendió, ahora estoy más acostumbrado. El primer pensamiento es «qué tendrá que ver la velocidad con el tocino». Después entiendo que, desde fuera, estos hábitos parecen un corsé, un lastre que me obliga a actuar como un robot. creen que busco trabajar las 24 horas del día.
Mi sistema de productividad es para mejorar
Creedme, si mejorar mis hábitos productivos fueran una losa o me hicieran trabajar más no los habría adoptado. Soy, como a veces dice Jeroen Sangers, un vago profesional. Si uso una metodología como GTD es porque me ayuda a trabajar mejor, incluso menos.
Entonces, ¿cómo lo hago para ser espontáneo? Pues como cualquier otra persona. De hecho, puedo ser espontáneo «mejor» con mi sistema que sin él. Éste me da una perspectiva actualizada de como está mi trabajo. Ante cualquier duda puedo tomar mejores decisiones. Sin él, me dejaría llevar por las ganas del momento: podría salir al cine y quizá, nada más salir por la puerta, estaría con los remordimientos; malestar por dejar trabajo pendiente o algún asunto abierto.
Así que, ante una invitación, un acto espontáneo, puedo reaccionar adecuadamente. Puedo tomar una decisión más acertada sobre si aceptar o no, igual que haría con el trabajo a medida que surge. Si digo que no es porque no puedo (o no me apetece), y sabiéndolo me ahorro los remordimientos posteriores. Si digo que sí es porque sé que está todo bajo control. Puedo seguir trabajando en otro momento y seguir en el punto en el que lo deje ahora. Sé lo que hago y por qué lo hago.
Fotografía de Ben Duchac