Algo que me gusta de la «buena» productividad personal es la percepción del trabajo y el efecto del «nuevo día». Algunas personas aconsejan planificar qué harás cada día, es decir, empezar la semana escribiendo en tu calendario lo que vas a hacer el lunes, el martes, etc. Supongamos que hacemos esto y llenamos toda la semana con trabajo. Ya, por definición, nuestro trabajo cambia, no está definido, sino no tendríamos que haber planificado nada por adelantado.
Empieza la semana y nos enfrentamos a la vida real: tenemos interrupciones, hay «cambios de planes», de prioridades, asuntos que se alargan más de lo previsto, etc. Falla toda la planificación que hemos hecho para ese día. ¿Qué hacemos con las tareas no completadas? Las movemos al día siguiente, las recolocamos o las eliminamos. En cualquier caso, no hemos cumplido nuestras expectativas.
Mañana vamos a empezar de nuevo con el plan para ese día y el sentimiento de frustración y culpabilidad por no haber cumplido el día anterior, más la presión del trabajo pendiente. Multiplica esto por los días de la semana y por los meses, e imagina la bola de nieve que se genera.
Un buen sistema de productividad no funciona así. Fuera de las fechas de vencimiento reales (que no realistas), no hay ninguna obligación expresa de cumplimiento. Porque el sistema no es el que manda, somos nosotros los que tomamos las decisiones, y el sistema es un cuadro de mando que nos ayuda a tomar esas decisiones. Cada día empieza con una tabla rasa, sin importar lo que pasara el día anterior.
Pongamos GTD, por ejemplo. Podemos empezar cada mañana, incluso cada hora del día, mirando nuestra lista de próximas acciones y decidiendo qué vamos a hacer a continuación. Es un sistema determinista en cuanto a energía personal y control se refiere: tengo el mismo control sobre el trabajo, y la misma paz mental, independientemente de los cambios que hubiera ayer. Al usar GTD, cada mañana es un nuevo día, sin arrepentimientos ni frustraciones.
Fotografía de ASimagined