Me gusta la bicicleta de montaña. No soy un crack, al contrario, hace poco menos de tres años que me he aficionado al deporte (más vale tarde que nunca), y con pausas por lesión cada dos por tres. Una de las cosas que he mejorado mucho es mi habilidad para moverme por terreno con cierta dificultad técnica (esto quiere decir subir por tramos de roca o bajar rampas con piedras, en lugar de pistas llanas y accesibles).
La productividad personal me ha ayudado a ir en bicicletas: me he marcado objetivos, he preparado planes de entrenamiento, me llevo todo lo que necesito gracias a las listas de control, etc. Pero hay una cosa muy importante que la bicicleta le ha enseñado a mi productividad personal.
Al principio de salir por la montaña, con la inseguridad de las primeras salidas, en ocasiones veía de lejos piedras en el camino. Eran relativamente pequeñas, del tamaño de un puño, nada que, en principio, supusiera un peligro. Pero una vez y otra acababa yendo encima de ellas, resbalando y cayendo al suelo. Lo mismo pasaba con pequeños obstáculos. Duró hasta que me di cuenta de cuál era el problema.
Cada vez que veía un obstáculo, ponía toda mi atención en él. Demasiada atención. Me quedaba mirando aquella piedra pensando «voy a pisarla, voy para allá y seguro que paso por encima y resbalo» y, por supuesto es lo que pasaba.
Desde entonces, he desarrollado un hábito conscientemente. Es normal que me salte la alarma interna ante un peligro, es un acto de supervivencia; pero en cuanto soy consciente, dejo de fijarme en el obstáculo y me concentro en el punto exacto por dónde quiero que pase la bicicleta. No me enfoco en lo que no quiero que pase, pongo la energía en lo que quiero que pase. Sí, mi voz interior grita (literalmente) «¡por ahí, por ahí! ¡Y como no es el obstáculo, no te vas a caer!». Y solo con esto he conseguido mejorar exponencialmente mi habilidad y confianza.
Lo bueno es que he podido extrapolarlo a mi día a día. Cuando hay un obstáculo en mi productividad lo advierto para reaccionar adecuadamente, pero no me concentro en él, no quiero fracasar. Al contrario, me enfoco en mi tarea o en el objetivo que persigo. Y funciona, vaya si funciona, porque no tiene nada que ver con el deporte o el peligro físico, sino con a qué asuntos prestamos atención.
¿Has probado algo parecido alguna vez? ¿Cómo haces para poner tu atención dónde toca?
Fotografía: William Hook