Las cosas no siempre salen como uno quiere, todos lo sabemos. Nos levantamos pensando qué queremos hacer a lo largo del día. Después, al cabo de unas horas, o minutos, la vida toma sus propias decisiones: ya no tenemos el tiempo disponible que creíamos, nos falta un material imprescindible para seguir, o no nos sentimos con tanta energía como esperábamos tener.
Hay días más extraños todavía, días que son extraordinarios. Da igual que sepas por adelantado si van a ocurrir o no. Preparas planes de contingencia, haces suposiciones sobre qué podrás hacer y qué no. No importa, nada sale como habías pensado. Durante el día no puedes hacer nada, pero encuentras un momento de claridad mental por la noche, cuando deberías estar pensando en dormir. Crees que las próximas 4 horas de espera te servirán para trabajar, pero donde realmente consigues sacar algo es en esos 10 minutos al lado de la máquina de vending con un café aguado.
En muchos lugares del mundo estos están siendo días extraños. Al acabar la jornada habremos avanzado trabajo, pero será muy distinto a la idea que teníamos antes de empezar. Si queremos superar las peores circunstancias necesitamos ser capaces de mantener el control: tener un mapa de nuestra realidad y saber cuál es nuestra posición en él. Una vez tengamos esa claridad, hay que empezar a dar pasos. Y con ambas cosas podremos responder adecuadamente a los cambios que vayan ocurriendo.
Por eso es importante tener siempre un sistema de efectividad personal que nos sirva de apoyo. Los días más normales nos facilitan la vida, pero los días en los que el mundo da la vuelta son oro. En cuanto más caos hay a nuestro alrededor, más indispensables se vuelven. Primero para mantener la calma, y a partir de ahí para enfrentarnos a la realidad, no importa lo testaruda que sea.
Fotografía: propia.
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