Llegado el momento de ponernos manos a la obra, disponemos de la lista de próximas acciones. De todo lo que aparece ahí escogeremos a qué vamos a dedicar los próximos minutos, centrando toda nuestra atención.
Nuestro único trabajo es escoger, de todas las próximas acciones disponibles, una de ellas. No es necesario cuestionarlas, no tiene sentido dudar de ellas, y no requiere que las interpretemos porque están bien definidas por sí solas. Esto es porque ya hemos pasado los pasos de procesar y revisar.
En esos pasos anteriores hemos dedicado tiempo a visualizar los objetivos que queremos alcanzar, definido sus acciones concretas, hemos pasado un filtro de qué vamos a hacer los próximos días (y de qué no vamos a hacer). Y todas estas decisiones en las que confiamos han dado como resultado la lista de próximas acciones.
Por tanto, la mayor parte de decisiones están tomadas. Solo nos queda la de escoger la próxima acción, que haremos en base a los cuatro criterios:
- Contexto: escogemos solo acciones que podamos realizar en función de las herramientas o circunstancias disponibles,
- Tiempo disponible: cuánto tiempo tenemos por delante para trabajar, y qué acciones se pueden hacer en ese tiempo,
- Energía: cuál es nuestra capacidad para hacer trabajos que requieran más o menos concentración,
- Prioridad: qué acciones te van a acercar más a tus objetivos a un año, medio plazo, o largo plazo.
Los objetivos a corto, medio y largo plazo los habremos definido también por adelantado durante la revisión por alturas. Si releemos estos objetivos durante la revisión semanal podremos tomar una decisión intuitiva sobre la prioridad, sin necesidad de consultar la lista de objetivos continuamente, gracias a que tendremos una intuición informada.
Además, no hay que olvidar, para seguir manteniendo la confianza en el sistema, hemos de compaginar los tres tipos de trabajo: el trabajo predefinido, el trabajo que surge y definir el trabajo.
Fotografía: What? Me Overconfident? de GlenBledsoe.