«No hay nada mejor para encontrar algo que Google. Excepto una madre; una madre lo encuentra todo». Cuánta razón, recuerdo de pequeño que cualquier cosa que hubiera perdido, ir a mi madre a preguntarle dónde estaba, y sin dudarlo me podía dar una respuesta.
Años más tarde, me fui a vivir con mi pareja. Cuando uno va a vivir con otra persona, se abre un mundo nuevo. Claro que me refiero a los momentos de compañía, de compartir el sofá viendo una película o de no tener que esperar al fin de semana para vernos. Pero también hablo de ese día a día que hasta entonces el uno desconocía del otro.
Cómo no, surgieron esos hábitos que uno siempre había dado por normales. El mío, dejar cosas fuera de su sitio con la idea de las iba a usar más tarde. El de ella, el deseo de que la casa se viera ordenada. Así es como yo dejaba una herramienta sobre una mesa para seguir más tarde, y ella al verla la metía en algún cajón.
Gracias a ella la casa no era un desastre. Pero surgía un problema: ¿dónde había dejado las cosas? Ella las guardaba para que no quedaran a la vista, pero como no sabía dónde iban (al fin y al cabo no eran sus cosas), las metía en cualquier lugar donde hubiera sitio, y después ni yo sabía dónde estaba, ni ella recordaba dónde las había dejado.
El resultado, por tanto, era el siguiente: la casa estaba ordenada, pero yo era incapaz de encontrar las cosas.
Esto es un ejemplo anecdótico que además solucionamos al poco tiempo de darnos cuenta del problema. Lo importante de la historia es que tener las cosas ordenadas no sirve de nada si después no sabemos dónde están cuando las necesitamos. Andar por la casa buscando una herramienta nos quita energía y tiempo que podríamos estar usando en hacer la reparación. Eso si la llegamos a encontrar.
Perder el tiempo de esa forma va contra nuestra productividad. Lo mismo pasa cuando nuestra lista de próximas acciones no es de fácil acceso, o tenemos listas donde mezclamos elementos de muchas categorías distintas, como contextos que ahora no nos sirven. Aunque la lista esté ordenada alfabéticamente y con códigos de colores, si hemos de separar las acciones que podemos hacer de las que no malgastamos nuestro enfoque en una cosa que podría estar más que preparada.
Organizar nuestros asuntos, ya sean acciones, materiales, libros o calcetines, consiste en saber dónde encontrarlos cuando los necesitemos. Es el caso de las madres, que siempre saben dónde están las cosas cuando hacen falta. Ordenar las cosas (alfabéticamente, por colores, en cajas, etiquetándolas, en bolsas, de mayor a menor, por temas…) nos puede facilitar el acceso cuando necesitamos algo, pero siempre ha de ser una optimización, una mejora, de la organización.
Por cierto, ¿como solucioné con mi pareja la ‘des-organización’? Además de corregir mi hábito de dejar cosas fuera de lugar, llegamos a un acuerdo: cada vez que ella encontrara una cosa fuera de lugar, la podía ordenar dejándola en mi bandeja de entrada física; allí yo me encargaría de procesarla y organizarla en su sitio.
Fotografía: My Sock Drawer